Tuesday, October 23, 2012

Gracias por su vida, entrañable y fecunda

Alfa y Omega > Nº 802 / 11-X-2012 > Contraportada


Carta a un Papa centenario

El 17 de octubre se cumplen 100 años del nacimiento de Albino Luciani, Juan Pablo I, Papa de un pontificado tan breve como decisivo. Le bastaron 33 días como sucesor de Pedro para enseñar que el amor cristiano es la única fuerza «capaz de construir una Humanidad más fraterna», y de que «sólo un testimonio de alegría encarnada puede rescatarnos de la desesperanza mortal», en un siglo que ha estado gangrenado por las ideologías. Teresa Gutiérrez de Cabiedes le ha escrito esta carta al Papa Luciani



Foto bien expresiva del Papa Luciani: Juan Pablo I


Ilustrísimo Señor: el 17 de octubre cumple usted cien años. Y hay gente por todo el planeta dispuesta a celebrarlo. ¿Quién imaginaba, cuando la matrona le bautizó, a los pocos minutos de nacer en un pueblo alpino, que ese bebé, que parecía que iba a morirse, sería sucesor de Pedro? Dios le libró milagrosamente de la muerte, porque necesitaba su vida para hacer un gran regalo al mundo.

Acabo de releer el libro que colecciona sus cartas a Ilustrísimos señores, personajes tan insignes y dispares como Teresita de Lisieux, Pinocho o Fígaro el Barbero. Es curioso que, en su día, le reprocharan no haber escrito una misiva a Jesucristo. Pero, más aún, sorprende su confesión, en la posterior Carta a Jesús: «Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un diálogo continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales». Se explica que su pontificado, de sólo treinta y tres días, fuese tan breve como decisivo. Cuando Dios encuentra un corazón que se abandona totalmente en sus manos, no necesita mucho tiempo para derrochar su cariño eterno.

Por eso, aprovecho para darle gracias por su vida entrañable y fecunda. Seguramente usted nunca hubiera imaginado que iba a ser protagonista de una superproducción de la RAI, seguida por millones de telespectadores en todos los rincones de la tierra. Recogiendo el eco popular, que le bautizó como el Papa de la sonrisa, el largometraje se tituló La sonrisa de Dios. En un siglo gangrenado por las ideologías, desangrado por dos guerras mundiales, sólo un testimonio de alegría encarnada podía rescatarnos de la desesperanza mortal.

Un cónclave brevísimo le obligó a abandonar el Patriarcado de Venecia para convertirse en pastor de la Iglesia universal. Y desde el primer gesto hizo obvio que el Papa no es un emperador, sino el párroco del mundo. Su sucesor Benedicto XVI nos habló con admiración de su legado: «Maestro de verdad y catequista apasionado, recordaba a todos los creyentes, con la fascinante sencillez que le caracterizaba, el compromiso y la alegría de la evangelización, subrayando la belleza del amor cristiano, única fuerza capaz de derrotar a la violencia y de construir una Humanidad más fraterna». La humildad, vivida como lema, no necesita sillas gestatorias ni tiaras ni plurales mayestáticos. Usted demostró que sólo la humildad garantiza una autoridad genuina y, por ello, imbatible. El hijo de inmigrantes hizo que muchos retornaran al hogar de la Madre Iglesia.

¡Ay, Santidad, si levantase la cabeza! No sé si se reiría, o le reventaría el corazón de pena. Usted pidió a la Iglesia unespectáculo de unidad, pero padeció la desunión con la que el diablo intenta hacer fracasar a la familia de Jesús. También hoy algunos escándalos manchan el rostro de la esposa de Cristo, las guerras y la pobreza siguen asolando al mundo y no hemos perdido la afición a transformar el soplo del Espíritu Santo en huracanes posconciliares. El testimonio evangélico que usted protagonizó se hace urgente: precisamos un año consagrado para redescubrir la fe, como encuentro personal e íntimo con Jesucristo. Lo bueno es que nuestra miseria nos obliga con mayor necesidad a mirar la grandeza de Dios.

Debo despedirme por ahora. Pero no quiero dejar de felicitarle. Por su cumpleaños; y por asumir que su vida era la semilla que tiene que morir para dejar crecer un árbol. A juzgar por el Papa que eligió su mismo nombre, usted fue un grano de trigo divino. Al fin y al cabo, el Dios de la Providencia no conoce la casualidad.

Teresa Gutiérrez de Cabiedes



JUAN PABLO I, "MODELO DE BUEN PASTOR QUE DA LA VIDA POR SU REBAÑO"


ZS12101906 - 19-10-2012

Permalink: http://www.zenit.org/article-43406?l=spanish

Entregado el primer documento de la causa de canonización


ROMA, viernes 19 octubre 2012 (ZENIT.org).- Este miércoles 17 de octubre fue entregado al prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, cardenal Angelo Amato, elSummarium testium, el primero de los cuatro documentos que contribuirán a preparar la Positiosobre las virtudes heroicas del siervo de Dios Juan Pablo I. La entrega fue hecha por el rector de la Universidad Pontificia Lateranense, monseñor Enrico dal Covolo, postulador de la causa.
El cardenal Amato explicó que la documentación entregada deberá ser "acompañada y completada por otros dossieres que todavía faltan. Entre ellos, la Informatio super virtutibus, que --explicó- es la parte más significativa de la documentación, porque se refiere a la prueba de la heroicidad de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y de las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) con las otras virtudes relacionadas como humildad, pobreza, obediencia, castidad... Esta parte --subrayó el purpurado- es la parte más relevante, porque ofrece la clave de lectura de todo el expediente: es la disquisitio sobre la santidad del siervo de Dios".
Respecto a un plazo previsto para la conclusión del proceso, el cardenal Amato especificó que es un proceso largo y complejo. "Es verdad --aclaró--, que es un procedimiento canónico refinado, porque la beatificación y la canonización de una persona exigen una comprobación seria de las virtudes cristianas. No se procede de oídas, sino por medio de una documentación objetiva".
Sobre cuándo se producirá la beatificación, Amato respondió: "El tiempo hasta la beatificación es un tiempo bendito. No es un tiempo vacío, sino pleno: debe llenarse del conocimiento del siervo de Dios, de la admiración de sus virtudes, de la contemplación de la vida, y sobre todo de la imitación de su santidad".
"Además --añadió- es un tiempo de súplica y de oración al siervo de Dios para obtener la intercesión con gracias y con milagros. Es un tiempo bendito, que nos ayudará a todos a pensar en nuestra santificación personal".
El cardenal Amato dio las gracias al postulador de la causa, el obispo Enrico dal Covolo por su "contagioso entusiasmo", que "llevará a buen término y lo antes posible" la que ha definido como una verdadera "empresa gigantesta". También el obispo dal Covolo dió las gracias al cardenal Amato y a la Congregación que preside por la solicitud con que mira a la causa y por el impulso pastoral difundido.
"Las causas --subrayó el rector de la Universidad Pontificia Lateranense- no son momentos burocráticos, sino ocasiones vivas de promoción de la santidad".
Y recordó la coincidencia providencial de este día de entrega (el 17 de octubre se celebró el centenario del nacimiento de Albino Luciani) con el Sínodo de los obispos.
"Estoy convencido --dijo el prelado- que Juan Pablo I pueda ser un modelo de Nueva Evangelización para la transmisión de la fe, precisamente por su extraordinaria capacidad de comunicación con los fieles. Por esto, me siento contento de que su figura haya sido presentada hoy a la asamblea sinodal".
Por último, el obispo explicó la razón de la canonización de Juan Pablo I: "Porque es un modelo de buen pastor que da la vida por su rebaño".
Fuente: www.pul.it

Wednesday, October 17, 2012

Albino Luciani, el Papa de la sonrisa y la humildad

Publicado el 11.10.2012


El 17 de octubre se cumplen cien años del nacimiento de Juan Pablo I

BLAS SIERRA DE LA CALLE, O.S.A. | El miércoles 17 de octubre de 2012 se cumplen cien años del nacimiento de Albino Luciani (1912-1978), quien sería, con el tiempo, Juan Pablo I, ‘el Papa de la sonrisa’. Su pontificado meteórico y su muerte prematura el 28 de septiembre de 1978 han hecho que la atención se haya desviado hacia estos últimos acontecimientos, para intentar encontrar una explicación a un final tan inesperado.

Como consecuencia, su personalidad y sus enseñanzas han sido eclipsadas y poco conocidas. Personalmente, creo que es una figura que merece la pena poner de relieve y dar a conocer, pues de su vida y sus enseñanzas podemos aprender mucho.

Tuve la suerte –o, mejor, la gracia, pues considero que fue un don de Dios– de vivir codo a codo con él, primero un mes, durante el Sínodo de los Obispos de 1977, y, posteriormente, otros veinte días antes del cónclave en el que saldría elegido como sucesor de Pablo VI, tomando el nombre novedoso de Juan Pablo I. Durante todo ese tiempo, él vivía con nosotros, en la comunidad de agustinos del Colegio Internacional de Santa Mónica de Roma, como un miembro más. Desde entonces han pasado ya muchos años, pero ciertos recuerdos continúan todavía muy vivos en mi mente.

La humildad como base de la santidad

Connatural a su persona era la humildad, y de ella nos habló a los teólogos en una charla que tuvo lugar en octubre de 1977. Nos habló de la vigilia de su consagración episcopal y de un encuentro que tuvo con Juan XXIII.

El entonces papa se sentó a su lado y le dijo: “Sé que tú eres profesor y, a veces, los profesores tienden a enorgullecerse”. Y golpeando la mano sobre la pierna –precisamente, también con ese gesto subrayaba sus palabras el cardenal Luciani–, añadió: “Humildad, humildad”.

Del Papa Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, nacido hace cien años tal día como hoy


Actualizado 17 octubre 2012


Ese bebé llamado Albino Luciani

Sí, porque efectivamente, tal día como hoy pero de hace exactamente un siglo, en 1912, nacía en la ciudad italiana de Forno di Canale, Canale d’Agordo desde el año 1964, Albino Luciani, al que algunos llaman “el Papa de septiembre”, otros“el Papa de los niños”, y casi todos “el Papa de la sonrisa”, que desempeñará la alta magistratura pontifical desde el 26 de agosto de 1978 hasta el 28 de septiembre de ese mismo año, apenas treinta y tres días.

De cuna tan humilde como para haber conocido el hambre verdadero, era hijo de un albañil, Giovanni Luciani, y de Bortola Tancon, el mayor de cuatro hermanos, de nombre Edoardo, Nina y Federico. A los diez años pierde a su madre, y su padre contrae nuevas nupcias con una mujer de gran devoción, que no sólo sacó a Giovanni del socialismo militante, sino que, con toda probabilidad, se halla tras la temprana y profunda vocación de Albino.

En 1923 el futuro Papa ingresa en el seminario menor de la localidad de Feltre, y en 1928 en el Seminario Gregoriano de Belluno, donde será ordenado subdiácono en 1934, diácono en febrero de 1935, y presbítero el 7 de julio del mismo año, en la iglesia de San Pedro en Belluno. Su primer empleo será como cura párroco de su ciudad natal.

En 1941, Luciani comienza su doctorado en teología negativa por la Pontificia Universidad Gregoriana, doctorado que culmina con la tesis “El origen del alma humana según Antonio Rosmini”, en la que refuta la teología de este autor y por la que recibe la calificación de magna cum laude. En 1947 es vicario general de la diócesis de Belluno, dos años después director de la oficina de catequesis de la diócesis, y el 27 de diciembre de 1958 es consagrado obispo de Vittorio Veneto por Juan XXIII, ministerio que ejercerá durante once años. En 1962 asiste a la apertura del Concilio Vaticano II, presenciando y participando en cuatro de sus sesiones.

El 15 de diciembre de 1969, Pablo VI lo nombra Patriarca de Venecia, sede en la que es sucesor de Giovanni Urbani, y antes de Angelo Giuseppe Roncalli, el recordado Papa Juan XXIII. El mismo Pablo VI lo crea cardenal el 5 de marzo de 1973.

27 de agosto de 1978. El Papa de la sonrisa

Albino Luciani será elegido Papa en el cónclave de agosto de 1978 que siguió a la muerte de Pablo VI, un cónclave inusualmente breve, -sólo duró un día- asumiendo el papado el día 26 de agosto de 1978. Escoge el nombre de Juan Pablo, gesto con el que pretendía honrar a sus dos predecesores, Juan XXIII, y Pablo VI, todo lo cual le vale el ser el primer papa de la historia con nombre compuesto. El mismo explicó sus razones:

“El Papa Juan quiso consagrarme personalmente aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente, en Venecia, le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia que todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros, las religiosas, todos. Pero el Papa Pablo no sólo me ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de San Marcos, me hizo ponerme completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre las espaldas. Jamás me he puesto tan colorado. Por otra parte, en quince años de Pontificado, este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan Pablo”

Fue también el primero en portar el ordinal “primero”, pues los papas que inician un nombre no lo hacen (así Lino, Cleto, Evaristo, Telesforo y un largo etcétera), y sólo se les añade cuando existe un sucesor que les sucede en el nombre.

Juan Pablo I llamó poderosamente la atención por la sonrisa con la que saludó a los peregrinos desde la ventana del Vaticano cuando fue elegido sumo pontífice, sonrisa que le ganó el sobrenombre con el que es más conocido: “el Papa de la sonrisa”. Tengo entre mis personales recuerdos de esas fechas la crónica de la periodista de TVE, Paloma Gómez Borrero, cuando pocos días después fue necesario elegir a su sucesor, encarnado como se sabe en la persona de Juan Pablo II, y su preocupación sobre si éste también sonreiría al salir al balcón, gritando al verlo salir: “¡sonríe, sonríe!”.

En su cortísimo pontificado, tomó una serie de decisiones destinadas a desproveer al papado de su boato. De hecho, eligió como lema de su pontificado la palabra “humilitas”(“humildad”), rechazó la coronación y la tiara papal en la ceremonia de entronización, las cuales sustituyó por una simple misa de inauguración. Será el primero en utilizar el “yo” en lugar del famoso “Nos” papal, e intentará rechazar la silla gestatoria, que terminará utilizando sin embargo convencido de que era muy conveniente para facilitar la visión de su persona a los peregrinos en los masivos actos vaticanos.

Juan Pablo I dejó alguna obra escrita. Su libro “Illustrissimi”, escrito cuando era cardenal, consiste en una divertida serie de cartas dirigidas a un personajes históricos y ficticios, entre los cuales el propio Jesús, el Rey David, el barbero Fígaro, laEmperatriz María Teresa, los escritores Mark Twain y Charles Dickens, e inclusoPinocho.

Pero si algo caracteriza el pontificado de Juan Pablo I fue su brevedad y su extraña, temprana e inesperada muerte. Juan Pablo I fue hallado muerto en su cama poco antes del amanecer del 29 de septiembre de 1978, sólo treinta y tres días después de su elección, por la hermana Vincenza Taffarel. Según la versión oficial, había muerto de un infarto. Sólo tenía sesenta y cinco años de edad. El hecho de no practicarle la autopsia y algunas contradicciones en las circunstancias que rodearon su muerte, dieron pie a escribir y decir toda clase de cosas sobre su repentino fallecimiento.

Juan Pablo I pretendía ahondar en las reformas iniciadas por Juan XXIII. El hecho de que la clarificación de las cuentas vaticanas y más concretamente las del famosoBanco Ambrosiano, fuera una de sus prioridades, abonó también las teorías de su posible asesinato, desarrolladas en libros como “El día de la cuenta” del sacerdote españolJesús López Sáez, o “In God’s Name” (“En el nombre de Dios”) del británicoDavid Yallop. En el otro plato de la balanza, el periodista norteamericano John Cornwell, que entrevistó a los secretarios del papa difunto, al Cardenal Paul Marcinkus, gerente de la Banca Ambrosiana, a la sobrina del Papa, médico de profesión, a un sargento de la guardia suiza, a los embalsamadores, a un agente del FBI que trabajaba en Roma, a Joaquín Navarro-Valls, a Radio Vaticano, a los médicos del Papa y a una larga serie de personas más o menos cercanas a los hechos, en su libro “Como un ladrón en la noche. La muerte del papa Juan Pablo I”, atribuye la muerte del Papa a la presión de trabajo a la que fue sometido, a sus problemas de salud y hasta a un posible descuido en la medicación.

Dos papas frente a frente

A Juan Pablo I sucedió en la silla de Pedro, como de todos es conocido, el gran papa polaco Juan Pablo II, primero no italiano en cuatrocientos cincuenta y cinco años (véalo aquí si quiere), quién naturalmente, había participado en el cónclave en el que poco más de un mes antes fuera elegido su predecesor.


©L.A.


Juan Pablo I también gana posiciones hacia los altares



Madrid- Si Pablo VI ve avanzar su proceso de beatificación, su sucesor Juan Pablo I le sigue muy de cerca. Hoy mismo el postulador de su causa, Enrico Dal Covolo, entregará al prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cardenal Angelo Amato, parte de la documentación sobre sus virtudes heroicas, su vida y obra y hasta un posible milagro ocurrido por su intercesión. 16 Octubre 12 - - P. J. G. 

La existencia de este milagro se anunció ya en 2008. Consiste en la curación médicamente inexplicable delcáncer de estómago de un jornalero italiano, un hombre pobre, de la ciudad sureña de Altamura. El enfermo soñó una noche con Juan Pablo I, quien le pidió que no dudara y creyera que iba a sanar. Varios días después, los médicos advirtieron que, sin explicación médica aparente, el cáncer había desaparecido. Dal Covolo aseguró que está convencido de que el papa Luciani será beatificado «dentro de poco tiempo, aunque no sabemos cuando».Aunque fue Papa sólo 33 días, logró una alta popularidad y el proceso de beatificación se abrió en 2003, apoyada por más de 300.000 firmas. 

En 2004, el entonces cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, declaró en una entrevista al periodista Francesco Dal Mas que él rezaba por la beatificación de Juan Pablo I. «De Luciani me impresionaron su bondad y su gran humildad. Era un hombre de gran fe, de gran cultura.Hablando con él, se percibía que era un hombre esencial. Tenía una fuerte cultura y una firmeza doctrinal. Por todos estos motivos Luciani es una figura que he amado mucho», declaró en esa entrevista. Hoy, puede hacer más que rezar por su beatificación. 

Saturday, October 6, 2012

Procede la causa de beatificación de Juan Pablo I

Ciudad del Vaticano (Jueves, 27-09-2012, Gaudium Press) 

Procede el proceso de la causa de beatificación del Papa Juan Pablo I. Ayer, en la Plaza San Pedro, al final de la audiencia general, fue presentado al Santo Padre el estado de la causa.

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El Papa Luciani junto a su sucesor, el beato Juan Pablo II
El Obispo de Belluno-Feltre, Mons. Giuseppe Andrich y el Obispo Enrico Dal Covolo, postulador de la causa también observaron ayer que "aumenta constantemente el número de peregrinos que van a Canale d'Agordo, ciudad natal de Luciani, donde este año fueron promovidas numerosas iniciativas para recordar el centenario del nacimiento", entre los cuales muchos jóvenes. Para el postulador "aquello que fascina más hoy de la figura del Papa Luciani es el hecho de haber sido un buen pastor que dio la vida para su pueblo, sin guardarse nada".
En recuerdo de Giovanni Paolo I, el obispo de Belluno-Feltre acompañó a Roma una peregrinación -según una tradición iniciada el 28 de septiembre de 1979- para celebrar la misa al lado de la tumba en las Grutas Vaticanas, en el aniversario de su muerte.

http://es.gaudiumpress.org/content/40640-Procede-la-causa-de-beatificacion-de-Juan-Pablo-I

Thursday, October 4, 2012

«¿El Papa Luciani? Beato inmediatamente»

11/04/2011 

Juan Pablo I
JUAN PABLO I

Los jesuitas estadounidenses envían un mensaje a Ratzinger para acelerar la canonización de Juan Pablo I, un pontífice «injustamente olvidado»

GIACOMO GALEAZZICIUDAD DEL VATICANO

El olvido y la «lentitud burocrática vaticana» amenazan a Luciani. Que beatifiquen a Juan Pablo I, «injustamente olvidado». «Benedicto XVI tiene el poder de impedir que se apague la luz de Albino Luciani, si canoniza a este extraordinario Pontífice», se lee en el mensaje que la prestigiosa revista neoyorkina de la Compañía de Jesús, “America”. La mejor ocasión sería el centenario de su nacimiento (el 17 de octubre de 2012). Según los jesuitas de Estados Unidos, «la causa de canonización tendría que proceder con un ritmo más sostenido», porque «Luciani podría ofrecer una guía moral a un mundo lacerado».

Los 33 días fugaces de su pontificado «han sido eclipsados por el pontificado de Juan Pablo II, que, con sus 27 años de permanencia en el cargo registró una impresionante duración a la que hay que añadir repercusiones históricas de enorme alcance». Sin embargo, «la longevidad de un papado no es en sí mismo un criterio de santidad», y sería erróneo concluir que Luciani no haya dejado una herencia para las generaciones del futuro. «En el arco de tan solo un mes, Juan Pablo I capturó los corazones de la gente de todo el mundo, tanto católicos como no católicos, testigos de su inesperada acogida, pero sobre todo del triunfo de su humildad –indica “America”. Muchos de nosotros habíamos reconocido intuitivamente un auténtico faro de esperanza en su sonrisa benévola, en la dulzura de sus modales y en la compasión que era el eje de sus discursos públicos». Por ello, «sería una pérdida incalculable para los de la generación actual, así como para el futuro, que su memoria corra el riesgo de desaparecer en el olvido».


La beatificación sería de esta forma un instrumento de la memoria. «Un meteorito es espectacular en su momento glorioso, pero no deja una huella de su presencia luminosa al alejarse de nuestra vista», se lee en “America”, que indica la velocidad con la que fue elevado a los altares Karol Wojtyla.  «Benedicto XVI proclamó beato a Juan Pablo II, una piedra de toque en el camino del papa hacia la santidad. La velocidad con la que procedió la causa de la canonización de Karol Wojtyla es muy singular.

Según las normas de la Iglesia, el proceso no puede iniciar hasta que no hayan pasado 5 años de la muerte del candidato, pero, en este caso, Benedicto XVI decidió renunciar a esta norma». No sucedió lo mismo con Albino Luciani, cuya causa, que empezó hace ocho años, procede lentamente y se está empantanando en el laberinto de la burocracia vaticana, tanto que su conclusión definitiva todavía es dudosa».

Además, «para todos aquellos que volvieron a encender su fe gracias al Papa sereno, la incertidumbre actual alrededor de su canonización es verdaderamente desilusionante». La vida de Albino Luciani, de hecho, «fue tan ejemplar, que podría inspirar de nuevo a un mundo cansado y cínico, al lado de un deseo de “dones más grandes” y de “un mundo más excelente”». Pontificado fugaz, pero no efímero. «Pasó como un meteorito que ilumina imporvisamente el cielo y después desaparece, dejándonos asombrados y atónitos», observó el cardenal Carlo Confalonieri durante la misa fúnebre del Papa Luciani en 1978.

En septiembre de 2008, Benedicto XVI expresó toda su admiración por Albino Luciani. «Juan Pablo I –recordó Joseph Ratzinger– eligió como lema episcopal el mismo de san Carlo Borromeo: “Humilitas”. Una sola palabra que sintetiza la esencia de la vida cristiana y que indica la virtud indispensable de quien, en la Iglesia, está llamado al servicio de la autoridad». Y añadió Benedicto XVI: «En una de las cuatro audiencias generales de su brevísimo pontificado dijo, entre otras cosas, con ese tono familiar que lo caracterizaba: “Me limito a recomendar una virtud, muy apreciada por el Señor: dijo: aprended de mí, que soy templado y humilde de corazón. Aunque hayáis hecho grandes cosas, decid: somos siervos inútiles». Y observó: “en cambio, la tendencia en todos nosotros es más bien el contrario: hacerse notar”». Por ello, «la humildad puede ser considerada su testamento espiritual», sostuvo Joseph Ratzinger. Y con los mismos tonos, “America” emprende su campañapara elevar a los honores de los altares a Albino Luciani.

«Juan Pablo I había elegido la expresión “Humilitas” como su lema episcopal, una elección apropiada para un príncipe de la iglesia que afirmaba con convicción: “Debemos sentirnos pequeños ante Dios”, y se consideraba “pobre polvo”. Y vivió fielmente con esta convicción, describiéndose públicamente como “un pobre acostumbrado a las pequeñas cosas y al silencio».


El Vaticano II según Albino Luciani

08/06/2012 

El Papa Albino Luciani
EL PAPA ALBINO LUCIANI

Continuidad o ruptura; el sentido de la libertad religiosa. El que habría sido Juan Pablo I vivió así el Concilio

ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO

Las celebraciones por el 50 aniversario de la apertura del Concilio ecuménico Vaticano II, previstas para el próximo octubre, caen en un momento en el que la interpretación de los textos conciliares es un tema de vital importancia para la Iglesia, después del célebre discurso del Papa Ratzinger (diciembre de 2005) sobre la correcta hermenéutica y la presencia del disenso tanto en el frente progresista como en el tradicionalista.
El 11 de octubre de 1962, durante la ceremonia de apertura, había un joven prelado, consagrado obispo de Vittorio Veneto por Juan XXIII en persona cuatro años antes. Se trataba de Albiano Luciani, y habría sido el primer Papa que vivió como obispo el Concilio y también el primero que lo aplicó en sus diócesis. Es interesante notar (como hizo hace poco Marco Roncalli en su reciente y generosa biografía de Luciani) qué era lo que el entonces obispo de Vittorio Veneto deseaba del Concilio, tal y como escribió en un texto para la fase preparatoria enviado a Roma. Luciani, en su voto, deseaba que el futuro Concilio pusiera en evidencia el «optimismo cristiano» que yace en la enseñanza de Cristo, en contra del pesimismo difundido de la cultura relativista y denunciando una ignorancia sustancial de las «cuestiones elementales de la fe».

El futuro Papa no había manifestado un interés particular por los temas «técnicos» relacionados con las nuevas formas de consulta colegial de los episcopados. En cambio, consideraba la necesidad de volver a anunciar las «cosas de la fe», indicando ya desde entonces la crisis en la transmisión de sus contenidos, signo de la secularización.

En cuanto a la interpretación global del Concilio, monseñor Luciani seguía una línea que corresponde absolutamente con la hermenéutica de la reforma en la continuidad que propuso Benedicto XVI como la mejor clave para interpretar el Vaticano II. «A la Iglesia católica –escribía el obispo de Vittorio Veneto–, la fisionomía y las estructuras han sido fijadas, para siempre, por el Señor y no se pueden tocar. Si acaso, se pueden tocar las superestructuras: lo que, no Cristo, sino los Papas o los Concilios o los fieles mismos han introducido se puede quitar o cambiar hoy o mañana. Introdujeron ayer un cierto número de diócesis, un cierto sistema para dirigir las misiones, para preparar a los sacerdotes, han usado un cierto tipo de cultura. Se puede cambiar y se podría decir: “La Iglesia que sale del Concilio todavía es la de ayer, pero renovada”. En cambio, no se podrá decir nunca: “Tenemos una Iglesia nueva, diferente de la de ayer”».

También es interesante indicar la forma en la que Luciani vivió el largo proceso que llevó a la promulgación de la declaración conciliar sobre la libertad religiosa “Dignitatis humanae”. «Todos estamos de acuerdo en que hay una sola verdadera religión, y quien la conoce está obligado a practicarla y basta. Pero, dicho esto, también hay otras cosas que son justas y hay que decirlas. Es decir, los que no están convencidos del catolicismo tienen el derecho de profesar su religión por muchos motivos. El derecho natural dice que cada uno tiene el derecho de buscar la verdad. Ahora bien, la verdad, especialmente religiosa, no se puede buscar encerrándose en una habitación y leyendo algún libro».

«La elección de la religión debe ser libre –explicaba Luciani–; entre más sea libre y convencida, más se sentira honrado quien la abraza. Estos son los derechos, los derechos naturales. Ahora, no hay ningún derecho al cual no corresponda también un deber. Los no católicos tienen el derecho de profesar su religión, y yo tengo el deber de respetar su derecho; yo privado, yo sacerdote, yo obispo, yo estado».

Concluía el obispo de Vittorio Veneto: «Algunos obispos se han espantado: pero entonces vienen los budistas y hacen su propaganda en Roma, vienen a convertir Italia. O bien, hay cuatro mil musulmanes en Roma: tienen derecho de construirse una mezquita. No hay nada qué decir: hay que dejarles hacer. Si queréis que vuestros hijos no se hagan budistas o musulmanes, debéis hacer mejor el catecismo, hacer que vivan verdaderamente convencidos de su religión católica».

«Debéis hacer mejor el catecismo», es decir anunciar de nuevo la fe cristiana sin dar nada por descontado. Una perspectiva que Benedicto XVI tiene muy presente y que ha indicado como una de las prioridades del Año de la Fe.

Wednesday, October 3, 2012

Juan Pablo I, la humildad del párroco del mundo


Juan Pablo I
JUAN PABLO I

6/9/2011

Albino Luciani, el humilde montañés hijo de un albañil socialista, ha permanecido en el corazón de la gente sencilla

ANDREA TORNIELLI
ROMA

Ha pasado como un soplo, apenas 33 días, tantos como los años de Jesús. Ha sido olvidado por los doctos, por los sabios, por los ambientes eclesiásticos que cuentan que estaba casi aplastado entre dos grandes Pontífices y dos grandes pontificados, el de su predecesor Pablo VI y el de su sucesor Juan Pablo II. Incluso el Papa Albino Luciani, el humilde montañés hijo de un albañil socialista, ha permanecido en el corazón de la gente sencilla. Muchos fieles que han quedaron conmovidos y fascinados por la grata sonrisa que Juan Pablo I ha mostrado al mundo en su brevísimo reinado.

Nació el 17 de octubre de 1912 en Forno di Canale (hoy Canale d’Agordo), en un puñado de casas amontonadas sobre las Dolmitas a miles de metros de altura, se ordenó cura en julio de 1935, tenía la aspiración de ser capellán del párroco del vecino pueblo de Falcade. Privado de cualquier ambición, se encontrará subido en el trono de Pedro. Nombrado obispo de Vittorio Veneto por el Papa Juan en diciembre de 1958, se presentó de esta forma a sus fieles: «Inmediatamente después de ser designado obispo, pensé que el Señor actuaba conmigo con viejo sistema suyo: ciertas cosas, escritas no sobre bronce o sobre mármol, sino sobre polvo, con el fin de que la escritura permaneciera y no desapareciera o se dispersara por el viento, resulta claro que el merito es todo de Dios. Yo soy el polvo; la insignia dignidad episcopal y la diócesis de Vittorio Veneto son las bellas cosas que Dios es digno de escribir sobre mi; si un poco de bien sale de esta escritura, está claro que desde ahora será todo merito de la gracia y de la misericordia del Señor».

Detrás de su simplicidad y de su capacidad de explicar las verdades más difíciles a los más pequeños había una vasta cultura, adquirida devorando libros y libros desde que era niño. Había sido su párroco quien le explicara que la homilía la deben entender incluso la anciana que nunca ha ido a la escuela, y que está en el fondo de la iglesia mientras asiste a la Misa. Así, desde el principio hasta el final de su misión, Albino Luciani aprenderá a hacer lo que definirá como «catequesis en migajas», enseñando las verdades de la fe de una forma sencilla, directa, comprensible a todos. Con el mismo afecto de una madre que se inclina a partir el pan para sus numeroso hijos hambrientos.

«Tengo un percepción - escribió -: que cada sermón, incluso para adultos, o para licenciados, es más eficaz cuanto más “catequística” es, es decir, cuanto más se acerca, por el contenido, a las verdades fundamentales y cuanto más en la forma, es llana, familiar, lejana de toda retórica, rica en ejemplos. Para mi la siembra escogida, buena, óptima es el catecismo...». En esto, Juan Pablo I seguirá el ejemplo y las normas de otro patriarca de Venecia y después Papa nacido en el Veneto, San Pío X, autor del famoso catecismo de pregunta y respuesta, que continuó enseñando la doctrina a los niños incluso durante su pontificado.

Son infinitos los pasos que atañen de las homilías y de los escritos de este Papa, cuya grandeza, como ha observado su sucesor Karol Wojtyla, «es inversamente proporcional a la duración de su pontificado». Uno de los ejemplos que usaba más a menudo en sus sermones era el del ascensor. «En el camino de la santidad - decía - que nos transporta como en un ascensor a los brazos de Dios, y para ser llevados por ellos, no solo es necesario ser niños, sino desearlo siempre cada vez más. Si se es niño, Dios nos lleva; si lo queremos hacer solos, Dios nos deja caminar solos».

También de obispo y después de cardenal patriarca de Venecia, Albino Luciani continuará confesando. Esta característica suya acentuará su sensibilidad hacia los problemas de las parejas de casados: en 1968, cuando Pablo VI consulta a los obispos antes de decidir contra los anticonceptivos y de publicar la encíclica Humane Vitae que declaraba ilícitos aquellos medios, el prelado de Vittorio Veneto estudió el problema por cuenta del cardenal de Venecia Giovanni Urbani, y presenta una relación tan cauta como es posible sobre la aprobación de los métodos anticonceptivos. Se dice que Luciani tenía presente situaciones familiares como la del hermano Eduardo, que tenía diez hijos. Después de la publicación del padecido documento papal, al cual se someterá pronto invitando a todos los fieles a hacer lo mismo, escribió a sus diocesanos: «Confieso que mi auguran en mi intimidad que las gravísimas dificultades existentes pueden ser superadas y que la respuesta del maestro, que habla con especial carisma y en el nombre del Señor, podría coincidir, al menos en parte, con las esperanzas concebidas por los esposo». Y en sus sucesivas intervenciones, el obispo de Vittorio Veneto quien un año después Paolo VI habría ascendido en Venecia, subrayaba siempre aquello que el mismo Pontífice había dicho: «El pensamiento del Papa y el mío se dirige especialmente a las graves dificultades que tiene los esposos. No pierdan el coraje, por caridad!».

Seguro en la verdad de la fe, en las pocas cosas verdaderamente esenciales del cristianismo, capaz de tomar decisiones a contracorriente, como la de escoger la Fuci veneciana que en 1974 si había declarado públicamente a favor del divorcio contraviniendo las indicaciones de la Iglesia, Albino Luciani acentuará siempre en su magisterio, el aspecto de la misericordia. Durante la audiencia del 6 de septiembre de 1978 en el Vaticano, Juan Pablo I explica: «Corro el riesgo de decir un despropósito, pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite los pecados graves. ¿Porqué? Por que aquellos que han cometido estos pecados, después de arrepentirse, se vuelven humildes. No se creen semi-ángeles, cuando saben que han cometido faltas graves. El Señor ha recomendado: ser humildes. Incluso si habéis hecho grandes cosas, dijo: “Somos siervos inútiles”. Sin embargo la tendencia, en todos nosotros, desgraciadamente, es contraria, es exponerse. Ser humildes, ser humildes: es la virtud cristiana que nos afecta a nosotros mismos». Palabras que rebosan misericordia, de total abandono en las manos de Dios.

Firme en las verdades de la fe, que sabía «despedazar» y convertirlas accesibles a todos y sin embargo muy abierto socialmente. No es el caso del conclave de agosto de 1978, en el que le han mirado de reojo los primeros cardenales brasileños exponentes de la punta del progresismo católico. El 23 de septiembre, durante su única salida del Vaticano después de la elección por la toma de posesión en la Basílica de San Juan en Laterano, la catedral del obispo de Roma, respondiendo al saludo del Alcalde de Roma Giulio Carlo Argan, Juan Pablo I dijo: «Algunas de sus palabras mi han hecho recordar una de las oraciones que de niño, recitaba con mi madre. Decía así: “Los pecados, que gritan venganza en presencia de Dios son... opresivos y pobres, defraudan al justo salario de los trabajadores”: A su vez, el párroco que me interrogaba en las clases de catecismo decía: “Los pecados, que gritan venganza en presencia de Dios, ¿porque son los más graves y funestos?”. Y yo respondía con el Catecismo de Pío X: “... porque son directamente contrarios al bien de la humanidad y odiados tanto que provocan, más que los otros, los castigos de Dios”. Roma será una verdadera comunidad cristiana, si Dios fuera honorado no solo con la afluencia de los fieles a las iglesias, no solo con la vida privada vivida templadamente, sino también con el amor a los pobres. Estos – decía el diacono romano Lorenzo - son los verdaderos tesoros de la Iglesia; son los de ayudar, por quien puede, a tener y a ser más sin ser humillado u ofendido con riquezas ostentosas, con dinero gastado en cosas inútiles y no invertido – cuando sea posible - en empresas comunes y rentables». Citando a su predecesor Paolo VI, dirá en otra ocasión durante su breve pontificado: «La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicionado y absoluto. Nadie está autorizado a reservar para su uso exclusivo lo que supera sus necesidades, cuando a los demás le falta lo necesario».

Sin embargo, los compromisos y los encargos siempre más importantes, Luciani de obispo a cardenal rara vez iba a Roma. Nunca se había encontrado cómodo en los meandros de la Curia, no se acostumbraba a las astucias de la diplomacia. Inmediatamente después de ser elegido, se encontró “agobiado” por el estilo papal de su predecesor Montini, que había vivido la mayor parte de la su vida en el gobierno central de la Iglesia y era un gran trabajador que sabía «ventilarse» un maletín de documentos al día, que venían por la mañana de la Secretaría de Estado para ser cribados y restituidos veinticuatro horas después a un atento examen. El peso del pontificado y el de un ambiente poco acogedor contrario a su desarmada simpleza, pudieron haber provocado el final prematuro del Papa de la sonrisa.

En 1947, mientras tenía un curso de ejercicios espirituales, Don Albino compuso esta oración: «Te pido un favor, me gustaría que tu estuvieras cerca de mi el día que cierre los ojos a la tierra. Me gustaría tener mi mano en la tuya, como se la da una madre a su hijo cuando hay peligro. Gracias, Señor!». La noche del 28 de septiembre de 1978 Alguien en el Cielo oyó esta oración. Juan Pablo I muere con una sonrisa en los labios.

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