Wednesday, October 3, 2012

Juan Pablo I, la humildad del párroco del mundo


Juan Pablo I
JUAN PABLO I

6/9/2011

Albino Luciani, el humilde montañés hijo de un albañil socialista, ha permanecido en el corazón de la gente sencilla

ANDREA TORNIELLI
ROMA

Ha pasado como un soplo, apenas 33 días, tantos como los años de Jesús. Ha sido olvidado por los doctos, por los sabios, por los ambientes eclesiásticos que cuentan que estaba casi aplastado entre dos grandes Pontífices y dos grandes pontificados, el de su predecesor Pablo VI y el de su sucesor Juan Pablo II. Incluso el Papa Albino Luciani, el humilde montañés hijo de un albañil socialista, ha permanecido en el corazón de la gente sencilla. Muchos fieles que han quedaron conmovidos y fascinados por la grata sonrisa que Juan Pablo I ha mostrado al mundo en su brevísimo reinado.

Nació el 17 de octubre de 1912 en Forno di Canale (hoy Canale d’Agordo), en un puñado de casas amontonadas sobre las Dolmitas a miles de metros de altura, se ordenó cura en julio de 1935, tenía la aspiración de ser capellán del párroco del vecino pueblo de Falcade. Privado de cualquier ambición, se encontrará subido en el trono de Pedro. Nombrado obispo de Vittorio Veneto por el Papa Juan en diciembre de 1958, se presentó de esta forma a sus fieles: «Inmediatamente después de ser designado obispo, pensé que el Señor actuaba conmigo con viejo sistema suyo: ciertas cosas, escritas no sobre bronce o sobre mármol, sino sobre polvo, con el fin de que la escritura permaneciera y no desapareciera o se dispersara por el viento, resulta claro que el merito es todo de Dios. Yo soy el polvo; la insignia dignidad episcopal y la diócesis de Vittorio Veneto son las bellas cosas que Dios es digno de escribir sobre mi; si un poco de bien sale de esta escritura, está claro que desde ahora será todo merito de la gracia y de la misericordia del Señor».

Detrás de su simplicidad y de su capacidad de explicar las verdades más difíciles a los más pequeños había una vasta cultura, adquirida devorando libros y libros desde que era niño. Había sido su párroco quien le explicara que la homilía la deben entender incluso la anciana que nunca ha ido a la escuela, y que está en el fondo de la iglesia mientras asiste a la Misa. Así, desde el principio hasta el final de su misión, Albino Luciani aprenderá a hacer lo que definirá como «catequesis en migajas», enseñando las verdades de la fe de una forma sencilla, directa, comprensible a todos. Con el mismo afecto de una madre que se inclina a partir el pan para sus numeroso hijos hambrientos.

«Tengo un percepción - escribió -: que cada sermón, incluso para adultos, o para licenciados, es más eficaz cuanto más “catequística” es, es decir, cuanto más se acerca, por el contenido, a las verdades fundamentales y cuanto más en la forma, es llana, familiar, lejana de toda retórica, rica en ejemplos. Para mi la siembra escogida, buena, óptima es el catecismo...». En esto, Juan Pablo I seguirá el ejemplo y las normas de otro patriarca de Venecia y después Papa nacido en el Veneto, San Pío X, autor del famoso catecismo de pregunta y respuesta, que continuó enseñando la doctrina a los niños incluso durante su pontificado.

Son infinitos los pasos que atañen de las homilías y de los escritos de este Papa, cuya grandeza, como ha observado su sucesor Karol Wojtyla, «es inversamente proporcional a la duración de su pontificado». Uno de los ejemplos que usaba más a menudo en sus sermones era el del ascensor. «En el camino de la santidad - decía - que nos transporta como en un ascensor a los brazos de Dios, y para ser llevados por ellos, no solo es necesario ser niños, sino desearlo siempre cada vez más. Si se es niño, Dios nos lleva; si lo queremos hacer solos, Dios nos deja caminar solos».

También de obispo y después de cardenal patriarca de Venecia, Albino Luciani continuará confesando. Esta característica suya acentuará su sensibilidad hacia los problemas de las parejas de casados: en 1968, cuando Pablo VI consulta a los obispos antes de decidir contra los anticonceptivos y de publicar la encíclica Humane Vitae que declaraba ilícitos aquellos medios, el prelado de Vittorio Veneto estudió el problema por cuenta del cardenal de Venecia Giovanni Urbani, y presenta una relación tan cauta como es posible sobre la aprobación de los métodos anticonceptivos. Se dice que Luciani tenía presente situaciones familiares como la del hermano Eduardo, que tenía diez hijos. Después de la publicación del padecido documento papal, al cual se someterá pronto invitando a todos los fieles a hacer lo mismo, escribió a sus diocesanos: «Confieso que mi auguran en mi intimidad que las gravísimas dificultades existentes pueden ser superadas y que la respuesta del maestro, que habla con especial carisma y en el nombre del Señor, podría coincidir, al menos en parte, con las esperanzas concebidas por los esposo». Y en sus sucesivas intervenciones, el obispo de Vittorio Veneto quien un año después Paolo VI habría ascendido en Venecia, subrayaba siempre aquello que el mismo Pontífice había dicho: «El pensamiento del Papa y el mío se dirige especialmente a las graves dificultades que tiene los esposos. No pierdan el coraje, por caridad!».

Seguro en la verdad de la fe, en las pocas cosas verdaderamente esenciales del cristianismo, capaz de tomar decisiones a contracorriente, como la de escoger la Fuci veneciana que en 1974 si había declarado públicamente a favor del divorcio contraviniendo las indicaciones de la Iglesia, Albino Luciani acentuará siempre en su magisterio, el aspecto de la misericordia. Durante la audiencia del 6 de septiembre de 1978 en el Vaticano, Juan Pablo I explica: «Corro el riesgo de decir un despropósito, pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite los pecados graves. ¿Porqué? Por que aquellos que han cometido estos pecados, después de arrepentirse, se vuelven humildes. No se creen semi-ángeles, cuando saben que han cometido faltas graves. El Señor ha recomendado: ser humildes. Incluso si habéis hecho grandes cosas, dijo: “Somos siervos inútiles”. Sin embargo la tendencia, en todos nosotros, desgraciadamente, es contraria, es exponerse. Ser humildes, ser humildes: es la virtud cristiana que nos afecta a nosotros mismos». Palabras que rebosan misericordia, de total abandono en las manos de Dios.

Firme en las verdades de la fe, que sabía «despedazar» y convertirlas accesibles a todos y sin embargo muy abierto socialmente. No es el caso del conclave de agosto de 1978, en el que le han mirado de reojo los primeros cardenales brasileños exponentes de la punta del progresismo católico. El 23 de septiembre, durante su única salida del Vaticano después de la elección por la toma de posesión en la Basílica de San Juan en Laterano, la catedral del obispo de Roma, respondiendo al saludo del Alcalde de Roma Giulio Carlo Argan, Juan Pablo I dijo: «Algunas de sus palabras mi han hecho recordar una de las oraciones que de niño, recitaba con mi madre. Decía así: “Los pecados, que gritan venganza en presencia de Dios son... opresivos y pobres, defraudan al justo salario de los trabajadores”: A su vez, el párroco que me interrogaba en las clases de catecismo decía: “Los pecados, que gritan venganza en presencia de Dios, ¿porque son los más graves y funestos?”. Y yo respondía con el Catecismo de Pío X: “... porque son directamente contrarios al bien de la humanidad y odiados tanto que provocan, más que los otros, los castigos de Dios”. Roma será una verdadera comunidad cristiana, si Dios fuera honorado no solo con la afluencia de los fieles a las iglesias, no solo con la vida privada vivida templadamente, sino también con el amor a los pobres. Estos – decía el diacono romano Lorenzo - son los verdaderos tesoros de la Iglesia; son los de ayudar, por quien puede, a tener y a ser más sin ser humillado u ofendido con riquezas ostentosas, con dinero gastado en cosas inútiles y no invertido – cuando sea posible - en empresas comunes y rentables». Citando a su predecesor Paolo VI, dirá en otra ocasión durante su breve pontificado: «La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicionado y absoluto. Nadie está autorizado a reservar para su uso exclusivo lo que supera sus necesidades, cuando a los demás le falta lo necesario».

Sin embargo, los compromisos y los encargos siempre más importantes, Luciani de obispo a cardenal rara vez iba a Roma. Nunca se había encontrado cómodo en los meandros de la Curia, no se acostumbraba a las astucias de la diplomacia. Inmediatamente después de ser elegido, se encontró “agobiado” por el estilo papal de su predecesor Montini, que había vivido la mayor parte de la su vida en el gobierno central de la Iglesia y era un gran trabajador que sabía «ventilarse» un maletín de documentos al día, que venían por la mañana de la Secretaría de Estado para ser cribados y restituidos veinticuatro horas después a un atento examen. El peso del pontificado y el de un ambiente poco acogedor contrario a su desarmada simpleza, pudieron haber provocado el final prematuro del Papa de la sonrisa.

En 1947, mientras tenía un curso de ejercicios espirituales, Don Albino compuso esta oración: «Te pido un favor, me gustaría que tu estuvieras cerca de mi el día que cierre los ojos a la tierra. Me gustaría tener mi mano en la tuya, como se la da una madre a su hijo cuando hay peligro. Gracias, Señor!». La noche del 28 de septiembre de 1978 Alguien en el Cielo oyó esta oración. Juan Pablo I muere con una sonrisa en los labios.

http://vaticaninsider.lastampa.it/es/homepage/vaticano/dettagliospain/articolo/i-ritratti-dei-papi-dellultimo-secolo-giovanni-paolo-i-112//pag/1/

No comments:

Post a Comment