Sunday, November 18, 2012

Como un partido de fútbol

«Los jugadores son más de dos mil obispos; árbitro, en cierto modo, es el Papa, sirve como estadio el mundo entero; entre los espectadores, por medio de la radio y la tv, estaremos todos nosotros»

Cuando hay un partido de fútbol -escribía monseñor Albino Luciani en abril de 1962 para explicar a los fieles de su diócesis el significado del inminente concilio Vaticano II- no todos los expectadores comprenden y gustan del mismo modo. Uno conoce las reglas del juego, las funciones precisas del portero, de los laterales, los defensores, los centrocampistas; conoce los trucos y los movimientos: apreciará las jugadas logradas, la técnica y la habilidad de las maniobras y de los tiros, se entusiasmará con inteligencia. En cambio, quien no conoce, gustará muy poco. El concilio ecuménico, que se abrirá dentro de seis meses en Roma en la Basílica Vaticana, es una especie de partido extraordinario. Los jugadores son más de dos mil obispos; árbitro, en cierto modo, es el Papa, sirve como estadio el mundo entero; entre los espectadores, por medio de la radio y la tv, estaremos todos nosotros».


El congreso «Ostensus magis quam datus. A cien años del nacimiento de Albino Luciani», organizado por nuestro periódico y por «Il Messaggero di sant'Antonio», en el aula antigua del Sínodo el jueves 8 de noviembre, ha sido la ocasión para recordar (a quien vivió los treinta y tres días) o para contar (a quien nació después) quien fue verdaderamente ese «hombre venido del Véneto», y no sólo por nacimiento. Albino Luciani entró en el seminario a los once años y se ordenó sacerdote a los veintitrés: allí aprendió una severa disciplina de vida y una concepción pastoral de la función de la Iglesia. Una concepción fundada sobre tres presupuestos: desapego del mundo, obediencia a los superiores, fidelidad absoluta a la institución. Tres presupuestos que fueron el faro de toda su vida hasta el papado.

A este marco, Luciani agregó un rasgo muy personal: la amplísima curiosidad intelectual y el inagotable interés por la lectura (un interés —ha recordado Romanato— que preocupó a su párroco, que llegó a temer por su vocación). La catalogación de la biblioteca de Canale d'Agordo realizada por el clérigo Luciani durante las vacaciones de verano, por ejemplo, testimonia una capacidad de lectura, asimilación y juicio inusitado en el clero véneto de su tiempo, especialmente en un joven seminarista.

El amor por los libros dio un sello inconfundible a su acción pastoral, enriqueciéndola de citaciones y referencias: para explicar situaciones y conceptos, Luciani insertaba continuamente, se trate de artículos o de homilías, reminiscencias literarias. Esopo, La Fontaine, los hermanos Grimm, Mark Twain (el predilecto), Charles Dickens, Paul Bourget y Alphonse Daudet, Bernanos y Claudel, Chesterton, Anatole France, Papini, Solovev, Trilussa, Bernardino de Siena, Piero Bargellini y Pierre l’Ermite (no faltaron música rock e historietas).

Todo esto, sin embargo, permaneciendo siempre en una disciplinada línea con la Iglesia de la época: «Por cuanto haya sido fuerte en mí la pasión de leer, de conocer y estar actualizado —escribirá más tarde— no era un sacerdote de vanguardia o de frontera; por mi sentido de la obediencia, de la disciplina y del respeto del Magisterio del Papa y de los obispos». Albino Luciani no fue, en fin, sólo un sacerdote de montaña. Precocísimo periodista (en 1960 se detuvo ampliamente sobre «la Palabra de Dios "en papel"», es decir, sobre la posibilidad de hacer de los periódicos un medio de evangelización) y luego Papa con entera libertad ante las cámaras de televisión, Luciani fue «un hombre del siglo veinte». Siempre consciente del papel central del sistema mediático en la vida contemporánea y de la necesidad de que laicos y eclesiásticos se sirvan de ello para su actividad de apostolado.

9 de noviembre de 2012

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